6. Ernst Lubitsch.
En 1933 se vio “Volando hacia Río Janeiro” con la presencia poderosa de Fred Astaire y Ginger Rogers, que llegaron a superar en fama, a los verdaderos protagonistas del film: Dolores del Río, Gene Raymond y Raul Roulien y “La calle 42” del director, ya mencionado anteriormente, Busby Berkeley. He puesto estos dos títulos por ser definitorios del cine musical del momento. Dos años más tarde aparece Ernst Lubitsch aportando un nuevo aire con su esplendorosa “La viuda alegre”, presentada por la MGM, con Jeannette Mac Donald y Maurice Chavalier. Lubitsch utilizó a la Mac Donald, pero no utilizó a su partener Nelson Eddy, porque consideraba que eran una pareja empalagosa. Razón no le faltaba. Aunque eran los únicos que podían competir con Astaire y Rogers y con Berkeley. Pero curiosamente el film de Lubitsch provocó una reacción en cadena que instauró a la pareja Mac Donald-Eddy el toda una serie de films de la MGM. El film de Lubitsch fue todo lo contrario del estilo pesado, macizo, pretencioso de la Metro. Lubitsch, que venía de la Paramount, siempre fue ágil, creativo, ligero, venía con el bagaje de la opereta vienesa, aunque nunca recreó ninguna en el sentido estricto. Aunque en sus films nadie entonara canciones ni bailara, daba lo mismo tenían la esencia de los musicales. Y lo que ofreció con esta película, “La viuda alegre”, a los espectadores fue un éxito, otro más, que instaló el film durante semanas en los cines. Sería la última vez que MacDonald-Chevalier aparecerían juntos de la mano de Lubitsch. Anteriormente los tres habían llevado a cabo “El desfile del amor” (1929), increíble éxito, 9 meses en el Coliseum de nuestra ciudad, cifra sólo comparable con el estreno de “Lo que el viento se llevó” en el Windsor. Y “Una hora contigo” (1932). Lubitsch logró convertir en verdaderas estrellas, verdaderos ídolos, a esos dos intérpretes tan dispares.
Recuerdo que, cuando vi “La viuda alegre”, me gustó mucho, pero era la versión de 1952, en color, también de la MGM, con Lana Turner y Fernando Lamas, y convencí a mi padre para que la viese conmigo. Al salir del cine, me dijo que aquello era muy malo. En pocas palabras, me la tiró por tierra nada más salir de la sala. Entonces me elogió la versión de Lubitsch que él vio en los años treinta. Naturalmente, a mis 12 años yo pensé que mi padre estaba anticuado que era imposible que fuese mejor que la versión que acabábamos de ver en Technicolor. Pasaron los años, mi padre murió. Y un día en la Filmoteca proyectaron “La viuda alegre” de Lubitsch, movido por la curiosidad corrí a verla. ¡Cuanta razón tenía! Era la perfección hecha cine de la gran opereta de Franz Lehar. Entonces comprendí que la versión de 1952 estaba lastrada por la ausencia de un genio creativo como fue Lubitsch. Además Lana Turner tuvo que ser doblada en las canciones, cosa que hizo Trudy Edwin. El color no fue suficiente para superar a Lubitsch. Lástima que no pude disculparme con mi padre, por mi arrogancia e ignorancia.
Rafael Rodríguez-Bella 2010
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