La de los días de lluvia era la que yo prefería. ¡Estaba tan hermosa!. Cuando veía las gotas que resbalaban haciendo carreras por el cristal de la habitación, la expresión de su rostro se transformaba, sonreía, me abrazaba y me colmaba de besos.
Ya en la calle, levantaba la cabeza saboreando el agua con fruición y chapoteaba en todos los charcos sin importarle las miradas sorprendidas de la gente.
El policía que me obligaba a sacarla del estanque del parque no aceptaba mis argumentos. En vano yo intentaba convencerle de que el agua es el elemento natural de las sirenas.
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