Verdaderamente, una delicia para los sentidos, pensó mientras saboreaba aquel delicioso pastel de moras silvestres con el que, sus empleados, le obsequiaron el día que decidió jubilarse. Más de cincuenta personas a las que vagamente recordaba, se habían reunido en aquel restaurante.
Con el último bocado lo notó. Un sabor acre que no identificó le hizo preguntar dónde habían recogido las moras. Aquí cerca -le respondieron sonriendo- en los bosques de Chernóbil.
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