TODO ES POSIBLE EN PARÍS
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Monet
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Monet
De nuevo una exposición monstruo. En el Grand Palais, como siempre, como de costumbre. Esta vez, le había tocado al pintor impresionista. Se acercó inocente de él, esperando poderla ver. Antes de llegar al lugar, comprobó el despliegue policial. Era exagerado, descomunal. Vallas por todas partes para conducir al personal, como si fuesen reses para embarcar. Las consabidas cintas que ordenan, zigzagueando, la cola de visitantes y que hace que parezca, más corta de lo que en realidad es. Cuando llegó, con los pies helados, en plena tarde desapacible, un cartelito decía que a partir de aquel punto, tenía cuatro horas, hasta la entrada a la exposición. Desistió de mala gana. ¿Tanto turismo había? Porque los parisinos se suponía que ya lo tenían muy visto en el Marmotain y en el Orsay. Odió una vez más el turismo, sin pensar que también él, formaba parte de aquel colectivo, aunque fuese de por libre. Admiraba París, precisamente porque se podía ver a los grandes maestros de la pintura, pero sin embargo precisamente por eso, difícilmente se podía tener acceso a ellos, so pena de armarte de paciencia y cumplir con unas cuantas horas de rigor, en una interminable cola, hasta conseguir entrar. Se negó a pasar el plantón de las cuatro horas, al fin y al cabo, ya conocía Monet, lo vio cada vez que estuvo en París, sin necesidad de colas. Además tenía varios libros y catálogos de su obra, entonces ¿por qué perder el tiempo en aquella cola? París está llena de excesos, se dijo, mirando el circo montado alrededor del pintor. Que poco se imaginaron los impresionistas del éxito posterior de sus obras y lo mediáticos que llegarían a ser. París, como siempre hizo, se ha apropiado del arte y se transformó, durante muchos años en la capital del mundo. Hasta que llegaron los americanos. Y el protagonismo pasó a New York. Pensó en ello a modo de venganza por no poder entrar. Y desapareció de escena.
Rafael.
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