diumenge, 27 de desembre del 2009

UN CUENTO REAL PARA ESTA NAVIDAD

Me he roto un dedo de la mano derecha. Caí. Todo sucedió a partir del momento en que se oyeron muchas sirenas ¿ambulancias? ¿bomberos? ¿policía? Corrí hacia la ventana del comedor. Las sirenas se acallaban muy cerca de casa, de manera que seguramente se podría ver lo que sucedía. Pero no llegué a ver nada. Resbalé y caí, estrepitosamente, al suelo. Resultado: el cuerpo magullado, la caída fue muy fuerte, y me rompí un dedo. Me olvidé, por unos instantes del suceso que se fraguaba en el exterior. Después se impuso el silencio que acostumbra haber en el barrio. Miré a la calle y nada evidenciaba suceso alguno. Falsa alarma, pensé. A todo esto, vino corriendo mi mujer, a ver que me ocurría. Preguntó que había pasado. Se lo expliqué. Y me contestó:
—Estaba estudiando cuando escuché unos gritos aterradores.
—Y ¿no miraste a ver qué ocurría? —pregunté extrañado.
—No tengo tiempo —contestó— tengo que terminar el ejercicio que presento esta mañana en la Universidad.
Quedé muy intrigado y decepcionado a la vez. ¿Qué había sucedido?
Lo que había sucedido, era que el radiador de la calefacción perdía agua y yo, que no lo había visto, la pisé, resbalé y caí. Eso era lo que había sucedido. Encima ella, me regañó:
—Siempre corriendo tras las sirenas. La curiosidad te va a perder.
Es cierto, siempre que oigo una sirena estoy pendiente de si se detiene cerca. Terminé de almorzar y salí a comprar el diario. Introduje mi mano en el bolsillo, me dolía el dedo, era lo normal, pensé, después de recibir un golpe. Impaciente, esperaba que podría ver jaleo por la calle. Pero no había nada. Entonces le pregunté al quiosquero si había sucedido algo.
—Cuanta sirena esta mañana —le dije.
—Sí ha sido en la calle de arriba, en Caponata. Una mujer se ha suicidado.
Aquello era serio. Con razón tanta sirena.
—¿Cómo ha sido?
—Era clienta nuestra —dijo—. La mujer sufría depresiones desde hacía algún tiempo, por problemas laborales familiares. Se tiró desde el tejado o desde su balcón, a la calle, nada más salir su hijo de casa. El muchacho estaba poniendo la moto en marcha cuando oyó gritos. Se giró y vio a su madre en el suelo en mitad de un enorme charco de sangre. Soltó la moto. No pudo evitar gritar.
—Mi mujer escuchó los gritos. Dijo que fueron desgarradores.
—No hay para menos. Ha sido todo un drama. Parece que el drama se está cebando en nuestro barrio. No hace mucho, otro cliente nuestro, intentó suicidarse, pero a éste lograron salvarle. Tenía 42 años y se había quedado sin trabajo. No sé a dónde iremos a parar.
Salí de la librería y fui a Caponata. Un coche de la Guardia Urbana cortaba el paso a los demás coches, calle y aceras estaban acordonadas, no se permitía pasar a nadie.
Regresé a casa, más que pensativo, preocupado. Sé que la situación es más seria de lo que parece, somos muchos los que tenemos a alguien en la familia sin trabajo, un hijo, un sobrino, la lista está siendo cada vez más larga.
Al día siguiente seguía doliendo el dedo de mi mano derecha y decidí ver a un médico. Resultado tras unas radiografías: el dedo roto. Y yo soy el que menos problemas tengo. Lo mío se habrá curado dentro de tres semanas a lo sumo. A nuestros hijos y sobrinos ¿cuánto más tendrán que esperar?

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