“Cuando Dios abandonaba lentamente el lugar desde donde había dirigido el universo y su orden de valores, separando el bien del mal y dado un sentido a cada cosa, Don Quijote salió de su casa y ya no estuvo en condiciones de reconocer el mundo. Éste, en ausencia del Juez supremo, se mostró de pronto con una dudosa ambigüedad; la única Verdad divina se descompuso en cientos de verdades relativas que los hombres se repartieron. De este modo nació el mundo de la Edad Moderna y con él la novela, su imagen y modelo”.
Así narra el nacimiento de la novela Milan Kundera. El escritor checo hace suya la teoría de Hermann Broch que repetía: “descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de la novela. La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral. El conocimiento es la única moral de la novela”. Con ello están diciendo ambos escritores que la “pasión por conocer” es la esencia de la espiritualidad y el hombre debe ir en ese camino. Y es en ese sentido que la novela es el instrumento para encauzar esa pasión. O dicho como Kundera: la novela es una “sucesión de descubrimientos” y ese es el valor de una obra.
Estoy siguiendo con pasión la lectura de “El arte de la novela”, porque Kundera me aclara y me define el avance, en la historia, de la novela y muestra los puntos clave de ese avance y los autores que la han hecho avanzar:
“Una tras otra, la novela ha descubierto por sus propios medios, por su propia lógica, los diferentes aspectos de la existencia: con los contemporáneos de Cervantes se pregunta qué es la aventura; con Samuel Richardson comienza a examinar lo que sucede en el interior, a desvelar la vida secreta de los sentimientos; con Balzac descubre el arraigo del hombre en la Historia; con Flaubert explora la terra hasta entonces incognita de lo cotidiano; con Tolstoi se acerca a la intervención de lo irracional en las decisiones y el comportamiento humanos. La novela sondea el tiempo: el inalcanzable momento pasado con Marcel Proust; el inalcanzable momento presente con James Joyce. Se interroga con Thomas Mann sobre el papel de los mitos que, llegados del fondo de los tiempos, teledirigen nuestros pasos. Et caetera, et caetera.”
La novela acompaña constante y fielmente al hombre desde el comienzo de la Edada Moderna. La “pasión por conocer” se ha adueñado de nosotros. ¿No es apasionante?
Rafael Rodríguez-Bella Martes 10 de noviembre de 2009
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