TEXTO

ESE CUERPO

            Mi cuerpo se anda quejando como no lo hizo nunca antes. Se queja del peso de sus viejos huesos, cada vez más rígidos, eso es verdad, más doloridos y poco flexibles, eso también es cierto. Se queja de los dientes que le vienen faltando, esos que ya no duelen, de la vista borrosa cuando no encuentra las gafas. Se queja por todo, el muy cabrón. Antes estaba callado, ágil, saltarín incluso y con ganas de follón. En cambio ahora, que no le exijo esfuerzos, se queja por todo. De las horas que duerme que son pocas y salteadas y que le da a esas, por levantarse de forma intempestiva. Acumula noches y sombras. En el interior de su cabeza bullen recuerdos incómodos, aunque todos los recuerdos siempre han sido incómodos de una forma u otra. Se queja de esa piel llena de arrugas e imperfecciones, esa piel que cada vez se adhiere más y más a esos artríticos huesos. A esa pesadez de movimientos, esa encorvada espalda, los pómulos hundidos y las bolsas de los ojos más abultadas. A la dificultad de sostener un cigarrillo. De comer lento y más lento, imitando a su caminar. De todo se queja. No para de hacerlo. Lo hace a sabiendas de que nada de eso va a mejorar. Por eso se queja. Me está hartando tanta queja, cualquier día lo dejo por ahí tirado, para que aprenda, lo abandono una de esas noches de insomnio, al final de unas escaleras, apoyado en la mesa de la cocina, aguantando en su mano un vaso de whisky, aquel que el médico le ha prohibido o en mitad del salón, rompiendo la estética de una alfombra persa. Y si me fastidia mucho soy capaz de humillarlo y dejarlo ahí sentado en la taza del wáter, solo y a la peor hora de la madrugada. Así aprenderá de una vez, por quejica y amargado.