divendres, 21 d’octubre del 2011



(II)

OLGA DUGINA Y ANDREJ DUGIN

El editor Schreiber, (de la casa Escreiber-Bogen,n.d.r.), había visto unas ilustraciones que Andrej había hecho para una historia de Gogol y le propuso ir a Alemania. En aquella época Schreiber colaboraba con otros artistas rusos. Pero Andrej reusó la invitación creyendo que era un “tiburón capitalista”, ya sabe, dijo Andrej, “todo aquel tipo de cosas a las que nos venían aconsejando desde el gobierno. Sinceramente yo estaba lleno de propaganda anti-occidental, pero Schreiber insistió. Era la época de la Perestroika. Las empresas estaban vacías era difícil encontrar trabajo. Pero recibí una llamada de mi editor que resultó que colaboraba con Schreiber, y que pedía que fuese a Stoccarda (donde se hallaba la sede de Escreiber-Bogen,n.d.r.) para realizar una serie de libros. Dijo que me lo pensase e incluso que pidiese consejo a mi madre. Cuando se lo dije, ella contestó: “Estúpido ves inmediatamente, ¿a qué estás esperando?” Olga pensaba igual. Y así empezamos a hacer el zíngaro andar adelante y atrás, de Moscú a Alemania”.

En este punto intervino Olga en la entrevista y dijo que: “teníamos un permiso para viajar al extranjero que caducaba a los tres meses, y que en todo caso deberíamos volver antes de que caducase y pedir otro. Compramos una radio, para poder revenderla en Rusia y así tener dinero para los billetes para ir de nuevo a Alemania. No era fácil. Hasta que decidimos que queríamos quedarnos en Alemania”. Nunca se imaginaron que podría estar llegando el momento de poder vivir del trabajo que les gustaba. Sobre todo a ella. Olga tenía la fuerza, la convicción, de que había llegado el momento. Fue entonces cuando Andrej dijo, ante el encargo de “El sastrecillo valiente”, que “teníamos que buscar un estilo que entusiasmara a la gente que fuera distinto a todo lo que se estaba haciendo. Y elegimos una técnica muy cuidadosa, llena de detalles, algo de locos, con estilo personalísimo. Atacamos el trabajo con acuarelas y con pinceles muy finos con punta de pluma”. Hoy, cuando se les pregunta por qué escogieron este estilo, dicen que, “por miedo, miedo a no ser mejores que los otros, y no ser aceptados. Por tanto teníamos que superar a la competencia. En realidad no habíamos estado nunca amantes del detalle y si nos decantamos por ese camino fue por miedo.

CONTINUARÁ… Es una historia que vale la pena contar.

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