EN
PLENO PARÍS
De nuevo ante mi, su paisaje
inequívoco. De colores grisáceos, como cuando la lluvia, aunque no aparezca,
simula que de un momento a otro hará acto de presencia. Esos grises, son los
que últimamente más reconozco como suyos, grises que han calado en mi espíritu,
en los últimos tiempos. Grises que, se van emparejando con la edad que parece
que súbitamente va insistiendo en instalarse en mi cuerpo.
La ciudad, por un instante, se
asemeja a una abstracción figurativa que parece evolucionar hacia la pura
abstracción y pretende terminar como una tela en blanco, tal es la luz que
pretende traspasar ese gris plomizo que lleva instalado desde el nacimiento del
día y que conforme han pasado las horas, se ha ido oscureciendo más. Así me
recibe ese París que ansiaba ver.
Me pregunto, si mañana, cuando
despierte y eche a caminar por esas calles, seguirá igual y me veré obligado a
observar ese paisaje como si fuera un cuadro que requiere una intervención
rápida, hasta conseguir que su superficie muestre aquellos colores que surgen
después de la lluvia. Me doy cuenta entonces, que me está pidiendo que me
involucre, que mire con intensidad y decida entrar en su dinámica, que
participe, y si encuentro a faltar figuras que las cree. Aquellas que mi mente
había creado consciente, aunque no hubiesen sido pensadas intencionadamente. Y
conforme voy adentrándome en el paisaje, voy absorbiendo todo su movimiento, toda
su luz y los contrastes van apareciendo, los cambios de color también, con
todas sus intensidades y en todas sus capas superpuestas. Solo entonces, me
digo, que me hallo de nuevo en París. En pleno París, solo entonces. El gris ha
quedado atrás y el sol aparece, aunque tímidamente. Una muchacha nos llena de
pompas de jabón de mil colores el camino.
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