dijous, 16 de febrer del 2012


Se detuvo ante la puerta giratoria


Se detuvo ante la puerta giratoria del restaurante. Era mediodía, entonces se dio cuenta, la gente acudía apresuradamente. Era la hora de la comida. Su mirada quedó fijada en aquella puerta acristalada que le permitía ver en cortas ráfagas a los comensales del interior, entre los cuerpos de los que entraban y salían. Por un instante creyó verla a ella, sentada, con una copa en la mano. Trató de descubrir quién era su acompañante, hacía esfuerzos, estiraba el cuello, con tal de saber quién era él. Todo inútil. Alguien lo apartó de un empujón. ¡Quita de ahí viejo estúpido! Que interrumpes el paso. Se apartó sin mirarlo, seguía intentando ver a su mujer.

—Abuelo, ¿qué haces? Te estamos esperando.

Volvió a la realidad. El niño le tiró de la mano, mientras él se giraba una vez más, tratando de contemplarla a través de la puerta que no paraba de girar. No, ella no estaba allí. ¿Cómo podía pensar semejante cosa, si acababan de dejarla en el panteón familiar? ¿Cómo se le ocurrían esas cosas?

—¡Vamos abuelo, papá está esperando! —y volvió a tirar de él. —¿Qué mirabas!

—Tu abuela y yo veníamos muy a menudo aquí a comer.

—¿Cuándo?

—Hace ya algunos años.

—¿Tan antiguo es ese restaurant?

—Sí, muchacho, es más antiguo que yo.

—¿Es por eso que lo mirabas?

—Pues sí, por eso.

—¿Quieres que volvamos?

—No, que tu padre nos está esperando. Vamos.

Echó una última mirada y entonces la vio. Alzaba la copa brindando por él. Estaba sola, en su mesa de siempre.


Rafael Rodríguez-Bella 15 de febrero 2012

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