Decimoquinta salida.
Y me bajé en Pàdua.
Este es el texto que escribí.
Y me bajé en Pàdua.
Este es el texto que escribí.
Hoy salgo. El día acompaña para caminar. Es espléndido, después de una noche cargada de lluvia, truenos y relámpagos. Subo por Major de Sarriá, hasta la calle Jaume Piquet, con la idea de tomar los Ferrocarriles de la Generalitat y que me dejen en Pàdua. No puedo sustraerme a la idea de pasearme por donde transitó Mercè Rodoreda, con la intención de buscar aquel universo de ficción que supo plasmar en “Aloma” y en “Mirall Trencat” que vinculaba la infancia, la vejez, la muerte y el recuerdo, a un secreto: el secreto de un amor triangular que ahora sé, no voy a encontrar.
Este paseo, como los otros que hice y posiblemente los que haré, antes de emprenderlo sé que luego escribiré, y nada más iniciarlo me pregunto cómo será ese escrito, cómo lo escribiré. En según que momentos me entran las dudas sobre el enfoque narrativo, pero acabo diciéndome que ante todo, cada paseo tiene que tener un sentido de unidad con el resto. Como si fuesen capítulos, y en el fondo lo son. Siempre pensando en esto, esta vez cojo el tren y me dirijo hacia el hipotético mundo de la Rodoreda. Voy meditando sobre su escritura.
“Sempre s’ha dit i repetit, el conte acostuma a ser el laboratori del novel.lista”, lo dice Carme Arnau, la estudiosa de la obra de Mercè Rodoreda, en la introducción de “Mirall trencat”. Ahora mezclo cuentos y novelas, me interesa el mundo que vivió la escritora, que opinaba: “La recuperació màgica i plenament literaria del passat —”una novel.la són paraules” diu lúcidament l’autora—, un passat que a “Mirall trencat” esdevindrà, tot ell, un mite” (sigue opinando Carme Arnau, en el prólogo de la edición de Edicions 62 i “la Caixa” de 1983).
Pienso que voy a encontrar, en mi paseo, rosas. Las habrá rosadas y también rojas. Hermosas. Pero tendrán espinas. Y si me las clavo, sangrarán mis dedos. Es lo primero que me viene en mente. Y con esto, sin darme cuenta, me estoy metiendo en las experiencias de sus protagonistas femeninas y en el dolor de una juventud perdida, una boda no deseada y un exilio en medio de guerras: en su patria y en Europa. Sigo caminando. Con la imagen de las rosas en mi retina, pienso en esas flores que iré viendo y que Rodoreda supo ver en ellas, la voz personal de su escritura. Su prosa tan característica. Son las flores que llenan la obra de la escritora. Ellas son ese mundo infantil y tan querido que se perdió con la guerra. Un amor que muestra tener y que fue el que le trasmitió su abuelo. Deberé pues, encontrarme con un mito. El que se forjó en este barrio, con las flores, su abuelo y el amor a una lengua: la suya.
Mercé Rodoreda nació el 10 de octubre de 1908, en el barrio de Sant Gervasi de Cassoles. Han pasado pues, ciento un años. No tengo muy claro que pueda hallar vestigios de aquella época, en mi paseo por sus calles. No obstante no renuncio. Sigo adelante con la iniciativa. Quién sabe si aún puede aparecer algún gato, descendiente de aquel que abrió el primer capítulo de “Aloma” o amplias puertas de hierro que dan paso a jardines, pequeños o grandes, con rosas, naranjos y hierbas que nacen a ras de piedras, como lo describió la escritora. Por eso tengo que buscar escenarios de calles estrechas y casitas con jardín. Todo esto, tiene que acabar siendo, el protagonista de mi paseo. Debo, por tanto centrarme en ello. Y para eso, me acompaña una frase leída: “Una casa abandonada, un jardí desolat, idea pura del jardí de tots els jardíns” y mientras pienso en ella, me pregunto ¿existe hoy en día ese lugar, y en este barrio? Me parece que lo tengo difícil. Pero no nos adelantemos, quizá sí exista y me esté esperando.
Me apeo en Pàdua, después de haber hecho trasbordo, en Gracia, pasando a la línea U7 Tibidabo. La estación da a la calle Balmes, con la de Pàdua, entonces caigo en la cuenta que esta vía rápida, Balmes, fue en su día, la Riera de Sant Gervasi. Esto será, seguramente, la tónica de lo que me espera, y pienso que tan sólo es el preludio. De nuevo las dudas. Pero sigo adelante, me adentro por Pàdua, hasta llegar a La Gleva, iré cambiando a: Sant Hermenegild, Septimania, Francolí, Santjoanistes, Sant Guillem, Vallirana, Matilde Diez, Saragossa, Sant Eusebi, Madrazo, Guillem Tell, mirando a un lado y a otro, tratando de no perder detalle. Y descubrir unas características determinadas en las construcciones que me indiquen que pertenecen a aquel pasado. Cruzo la pequeña plaza de Mañé i Flaquer, y la de Sant Joaquim, hasta salir a Princep d’Asturies, para conectar con Gracia. En estas calles, y plazas, aún existen casas, de un sencillo estilo modernista que a buen seguro vio, en su caminar diario, Mercé Rodoreda. Pero, si uno se adentra en los pasajes, yo lo hice en los dos que encontré, con gran sorpresa por mi parte: el Passatge Sant Felip y el Passatge Mulet. Ahora tienes frente a ti, lo que andaba buscando y podía realmente entrar en aquel mundo del pasado, que hoy ha desaparecido en el resto de las calles. ¿Me había preguntado si sería posible hallar aquellas casas de rejas anchas? Pues sí, las tenía delante mío. Junto a árboles tan viejos como las casas, tanto que ya habían superado en vida a sus dueños. Lo que creí sería absurdo hallar, lo tenía al alcance de mi mano. Toqué aquellas rejas. Y pensé: aún subsisten, milagro. Se llega a sentir nostalgia de un tiempo pasado, que sin duda fue mejor en el sentido de armonía, de conjunto y de vecindad. De entidad de un pueblo, de un barrio, que hoy ha quedado absorbido por una adocenada estética que empezó a minarlo durante la posguerra. Un barrio que ha quedado desfigurado. Tomé mis notas. Y anoté: No es de extrañar que Rodoreda quedase decepcionada al comprar el piso de la calle Balmes con Corinto, y marchase, al poco tiempo, a Romanyá de la Selva.
Lentamente, con el sabor del mundo de “Aloma”, emprendí el camino de regreso a casa. Regresé a los húmedos pasillos, estrechos, de la estación de Pàdua, de atmósfera fresca y tranquila, dejando atrás un exterior de sol aplastante. Tomé el primer tren que me llevó a Gracia, allí haría el trasbordo que me dejaría de nuevo en Sarriá, mi barrio. Durante el recorrido, sonaban en mi mente, aquellos textos de Aloma que decían: “No es podía entretenir més. Va baixar les escales i va comprar el bitllet. Com sempre, es va asseure en un banc i es va posar a comptar les columnes. N´hi havia… Tot d’una es va adonar que s’havia equivocat d’andana i que en comptes d’anar a la Plaça Catalunya hauria anat a parar a les Planes. Ja li havia passat altres vegades: era massa distreta i no es fixava mai en res. Va tornar a dalt i va baixar per l’altra escala en el moment que el seu tren frenava. Va triar un seient en un costat on no hi havia ningú.” Desde Gracia, estaba haciendo aquel recorrido de Aloma, pero en sentido contrario. Seguí tomando notas, ya de camino.
Rafael.
M'ha agradat i interessant molt el teu escrit. Jo, que he viscut molts anys a l'exstrem d'aquest barri, sempre he associat a M Rodoreda amb la part més alta, el carrer de S. Gervasi de Cassoles. Allí també hi havien cases d'aquestes característiques i crec que ella va viure un temps a la casa de la confluència del c. S. Joan La Salle i Solsonés. Però ja no sé si això és real o el que he cregut durant molts anys. En definitiva, literatura.
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