8. La noticia de la tele
Llevaba
escrito, como aquel que dice, gran parte de lo que venía a ser la introducción
de mi nueva novela y ya me hallaba atascado. No obstante cría haber acertado
con aquel inicio, pero hasta dónde. Cogí el pliego de cuartillas y se lo pasé a
mi secretaria.
—Mónica,
¿puedes echarle un vistazo? Me gustaría saber tu opinión.
Me
miró sorprendida.
—¿Mi
opinión jefe?
—Sí
mujer, ¿por qué no? Tienes más criterio que muchos de mis lectores.
—No,
si no es eso.
—¿Entonces?
—No
me lo habías pedido nunca.
—Bien,
pues ahora te lo pido. Tómatelo si lo prefieres como un trabajo más, para esta
mañana.
—Esta
bien. El señor será servido.
—Sin
cachondeo por favor. Para mi es importante. Te dejo sola, salgo a pasear un
rato, necesito estirar las piernas y no quiero ponerte nerviosa.
Salí
a caminar, sin rumbo fijo. Sonreí pensando en la cara que puso Mónica. Entré en
el bar de la esquina a tomarme un café.
—¿Uno
solo, como siempre jefe?
—Sí
Ramón.
Tenían
la televisión puesta, estaban dando noticias. Removí el azúcar e hice un primer
sorbo, mientras levantaba la vista hacia la pantalla. “Ha sido descubierta una
imprenta que falsificaba periódicos, se desconoce en estos momentos quién hay
detrás de ello y para qué servían las falsificaciones”.
Terminé
de un sorbo el café.
—¿Has
oído esto Ramón?
—Si
señor, es la segunda vez que dan la noticia. De buena mañana la escuché por
radio mientras venía al trabajo.
—Resulta
extraño ¿no?
—Qué
quiere que le diga, tan extraña como cualquiera de las noticias que se oyen hoy
en día. Seguro que los periódicos, en paquetes, escondían dinero para blanquear
o documentos robados a políticos. Vaya usted a saber.
—Si,
claro. Bueno, hasta luego.
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