Una Nochebuena decadente
Salir a caminar, el hecho en sí, es una buena
opción, quizá no lo son tanto los resultados que se puedan obtener. Pero
aquella noche, nochebuena, decidí tomar el autobús, se hacía tarde y había
tomado la decisión de ir al cine. El autobús tardaría, según la pantalla
indicadora, dos minutos. Llegó puntual, pero tuve que lanzarme al asfalto,
agitando enérgicamente los brazos para ser visto. Aquel autobús no iba por su
carril correspondiente, circulaba por el centro de la calzada y a toda
velocidad. Pensé que lo perdía que no pararía. Pero me vio y frenó con gran
esfuerzo y chirriar de neumáticos, varios metros más allá de la parada y tuve
que echar a correr entre los containers de la basura, para montarme en él. “Si
se descuida me deja en tierra”, le dije al chofer al entrar. Por toda respuesta
oí cerrar las puertas tras de mi y volvió a emprender la carrera. Fui
comprobando que en cada parada ocurría lo mismo, el público lanzándose con grandes movimientos de brazos y la consiguiente
carrerilla posterior. Llegué presto a mi destino. La calle Balmes la bajó en
una exhalación. ¿Qué le ocurría a aquel hombre? ¿Llevaba retraso en el horario?
¿Era su último viaje y quería terminar pronto? Era nochebuena. Eso era. Quizás
para él, eso era importante o quizá lo más lógico era que le cabrease tener que
trabajar, mientras el resto de ciudadanos celebraban la fiesta. Ves tú a saber,
me dije, pero yo le agradecí llegar con tiempo suficiente al cine.
Antiguamente, el cine estaba lleno por esas fechas.
Hoy solo había media entrada. El cine ya ha dejado de ser la única diversión.
De todas formas, sigue siendo la mejor opción a la insufrible misa del gallo.
Tampoco el Renoir Floridablanca, es lo que era. Fue,
en su origen el cine Floridablanca a secas, un cine de barrio de programación
doble de reestreno preferente, con una gran pantalla y una enorme sala. Luego
redujo algo su capacidad al instalar el Cinerama de una sola cámara (los 70mm),
para estrenar “2001: Una odisea del espacio” y de ahí pasó a denominarse Renoir
Floridablanca, con 12 salas y que para lograrlo troceó aquel amplio espacio que
un día fue, para convertirlo en un laberinto de pasillos y escaleras que te
conducen a diminutas pantallas y en la actualidad, destartaladas butacas. Así
ha terminado el Floridablanca que está agonizando por momentos, dado que su
dueño, González Macho, el Presidente actual de la Academia de Cinematografía de
España, ha cerrado su empresa, Alta Films que le suministraba la mayor parte de
las películas.
El film que elegí, fue “La gran belleza”, la
decadencia de la opulenta jet set italiana, para entendernos, algo así como una
versión actual de “La dolce vita”, pero sin Fellini, ni falta que le hace.
Decadencia en la pantalla y en la historia que se proyectaba, decadencia de
aquella sala, decadencia de la política que nos está cayendo encima y quizá por
todo ello, en vez de hundir mi moral, me divirtió enormemente el film de
Sorrentino, que además tiene unas hermosas imágenes de Roma, sobre todo por la
noche.
Al salir, la ciudad estaba casi desierta. Ya no
salen los feligreses de la misa de gallo. Las iglesias tenían las puertas
cerradas. En el autobús de regreso, solo íbamos media docena de personas.
¿Dónde estaba el siempre tan cacareado bullicio de Nochebuena? Pensé que la
decadencia, malogradamente, había hecho mella también en eso.
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