Siguen las visiones:
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Qué demonios estaba haciendo allí, solo, hacía un frío tremendo, inaguantable con aquella puerta abierta. Total para no encontrar lo que buscaba, así que cerré el frigorífico y regresé a la cama. Estaba tiritando.
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Qué demonios estaba haciendo allí, solo, con las manos manchadas de sangre. ¿Qué había ocurrido?, se preguntaba. Si se hubiese girado, habría visto el porqué de la sangre en sus manos. Pero no lo hizo. Algo en su interior le decía que no lo hiciese. Y así siguió hasta el fin de sus días, acurrucado allá, en un rincón de aquella sala del frenopático.
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Qué demonios estaba haciendo allí, solo, esperando el tren. ¿Qué tren? Aquello no era una estación, no obstante había una vía que se perdía entre la hierba hasta desaparecer. En cada uno de los dos carriles transitaban unas largas hileras de hormigas en direcciones opuestas. Al verlas le vino a la memoria aquel poema de Papasseit: “Camí de sol – per les rutes amigues – unes formigues”. Entonces prefirió que no llegase el tren, al menos hasta que hubiesen pasado las hormigas.
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Qué demonios estaba haciendo allí, solo, le entró el pánico, realmente se hallaba en aquel lugar solo, completamente solo. ¿Pero cómo había llegado allí? Era inaudito. No recordaba haber salido de casa y no obstante estaba allí, en mitad de aquel inmenso espacio, en el que reinaba la más desapacible de las soledades. Pero lo peor era que no podía moverse, escapar de allí, le hubiese gustado salir corriendo, pero sus piernas no le respondían. De pronto el suelo empezó a humedecerse, hasta aparecer el agua que fue subiendo de nivel, lentamente, hasta la altura de sus rodillas. Y en ese momento, en el horizonte apareció una barca guiada por un barquero, alto y delgado. Cuando la tuvo cerca advirtió que aquel hombre iba cubierto con un sudario blanco que lo cubría por completo y que se estaba dirigiendo hacia él. Bajó la vista. Comprendió el porqué se hallaba allí, y no opuso resistencia.
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Qué demonios estaba haciendo allí, solo, sí lo acababa de comprobar, con cierta angustia, mirando hacia un lado y a otro. No existía nadie más. Solo él. Él y su ordenador conectado a Internet. En pantalla había aparecido de pronto un texto que le decía: ¿Qué demonios estás haciendo aquí solo, sin compañía? Únete a nosotros. Tendrás diversión asegurada y mucho sexo. Después apareció una hermosa mujer que le hacía un gesto con el dedo para que la siguiera. Le ofrecía una amistad virtual. Entonces le entró una enorme depresión. Era la primera vez que una mujer le pedía que la siguiese, su mente calenturienta empezó a imaginar mil y una aventuras amorosa con aquella bella mujer, pero precisamente por eso entró en depresión, la pantalla del ordenador era pequeña y él por mucho que lo intentase no podría meterse dentro y seguirla. Así que cerró el ordenador y se tomó una tila, antes de ir a dormir. Su mente repetía: “Que cruel es el mundo”.
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Qué demonios estaba haciendo allí, solo, ya nada podía esperar de nadie, lo había perdido todo. Así que cogió lo único que le quedaba: un revolver, y decidió saltarse la tapa de los sesos.
Noi, quina imaginació! Son genials!
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