VII
Aida
Dirigida por Clemente Fracassi esta producción italiana rodada en Technicolor en el año 1953, fue estrenada en nuestro país el año 1957, en el cine Montecarlo de Barcelona. Yo estaba a punto de cumplir entonces, los diecisiete años. Recuerdo perfectamente lo que disfruté con ella, la voz de la protagonista volvía a ser mi admirada Renata Tebaldi, en su mejor momento, mientras que el físico lo ponía Sofia Loren. El resto del elenco fue: Lois Maxwell como Amneris, con la voz de Ebe Stignani. Luciano Della Marra como Radames, con la voz de Giuseppe Campora (otro de los que pasaron por el Liceu en los años 50). Afro Poli como Amenasro, con la voz de Gino Bachi. El Corpo di Ballo di Teatro del’Opera di Roma, con Léonide Massine. Asistente de cámara era Pasqualino De Santis, el que después sería reputado director. La Orchestra Sinfonica della Radio Italiana, dirigida por Giuseppe Moralli y como supervisor musical estaba Renzo Rossellini. He vuelto a ver, años después, este film y he encontrado lamentable el maquillaje de Sofia Loren, así como los decorados que resultaban un tanto kitch. El color muy subido de tono sobre todo los rojos. Sofía Loren llegó a este papel debido a que Gina Lollobrigida lo rechazó porque tenía que limitarse solo a prestar su cuerpo. Mientras que para la Loren significó su salto a la popularidad.
De todos estos films, la mayor parte de ellos, he conservado, sus imágenes en mi memoria, y por descontado, los programas de mano y alguna documentación surgida en las revistas del momento, de otra forma hoy no podría detallar tan minuciosamente los datos que me interesaban de sus intérpretes.
A estas alturas, con el tiempo, aprendí el juego predilecto que practicaba aquella burguesía en el Liceu: “El mirar y ser observado”. Trataba de descubrir aquellas señoras cargadas de arrugas y joyas, enfundadas en ostentosos abrigos de pieles, y aquellos jovencitos, aprendices de gigoló, de figura esbelta y un tanto afeminada, de rostros pálidos, blancos como la cera, que las acompañaban. Me paseé por platea y primer piso, hasta dar con aquellos industriales que se desvivían disimuladamente, por complacer a sus amantes. Observé como en algunos palcos las parejas desaparecían en plena función, hacia el interior de su lonja y volvían a aparecer al cabo de un rato. Estuve al tanto de los trapicheos en los que la carne resultaba una afición más fuerte que la misma representación operística. Durante algún tiempo, resultó un juego apasionante. Imaginaba la delicia que debería ser hacer el amor con el fondo musical de un dúo amoroso con las voces de Renata Tebaldi y Mario del Monaco. Imaginaba que tenía que ser cosa de sibaritas, elegir el momento justo y apropiado, para gozarlo intensamente. Pude descubrir por mi mismo, aquellas historias que corrían de boca en boca, sobre el Liceu. Y si no las veía, me las imaginaba. Eso hizo más apasionantes mis veladas operísticas, durante algún tiempo.
CONTINUARÁ…
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