Se presentó aquella tarde sólo para demostrar que todo era ridículo, que nada de cuanto se había dicho de lo que sucedía dentro de la sala de la Avenida Sarriá era cierto. Siempre había sostenido que todo era una sarta de mentiras esparcidas por los aficionados a los thrillers y films de terror.
No obstante fue advertido por la taquillera al momento de comprar la entrada. Tenga en cuenta que se expone usted mucho. Es irracional señor lo que usted hace, viniendo a la sesión de las cinco de la tarde, máxime teniendo usted más de sesenta y cinco años. Piense que cada tarde encontramos a un viejecito muerto. Al menos no se siente en las primeras filas, es allí donde suelen suceder las desgraciadas muertes.
El hombre escuchó todos los consejos, advertencias, sugerencias, recomendaciones y avisos, pero nada le hizo cambiar de idea. Estaba dispuesto a demostrar que ni celebrando la temible Semana Negra de Barcelona, le harían cambiar. El portero que le tomó la entrada le preguntó que llevaba en la bolsa que traía. Sabe usted que no se puede entrar comida, le dijo. No es comida muchacho lo que llevo. Y se lo mostró: agua bendita por si me ataca un vampiro, una pistola por si quieren atracarme, un cuchillo para defenderme, un spray par los ojos para los que quieran violarme, un frasco de vitriolo por si pretenden asesinarme. ¡Qué horror! ¡Se ha vuelto usted loco! No puede entrar con todo ese arsenal. Tendrá que dejarlo aquí, se lo guardaremos en el despacho. Él trató de negarse. Pero finalmente fue obligado a dejarlo.
Pensó que todo había cambiado, que sin la bolsa mejor sería no entrar. Miró al resto de la cola que lo observaba expectante y pensó que si no entraba lo tacharían de cobarde. Así que entró.
Se apagaron las luces y empezó la proyección, “El asesino anda suelto” de Budd Boetticher. Ese era precisamente el film de aquella tarde. Todo el mundo siguió la acción con interés. Nada pareció distraer la atención de los espectadores.
Cuando encendieron las luces, vieron al bravucón hombre que se jactaba de que era completamente imposible que hubieran muertes, que yacía con la boca abierta y un cuchillo clavado en el pecho. ¿Qué había ocurrido? Se escuchó a alguien comentar: “Todo esto es pura escenografía por lo de la BCNegra”. Pero el director de la sala no paraba de sudar, sabía que de un momento a otro le cerrarían el local. Otra muerte más. ¿Qué o quién provocaba esas muertes? Mientras, la taquillera muy nerviosa, llamaba a la policía.
Bien aquí tenéis un enigma por resolver, espero que os afanéis, de lo contrario seguirán habiendo más muertes. Espero recibir cuanto antes el resultado de vuestras investigaciones. Nolan.
No obstante fue advertido por la taquillera al momento de comprar la entrada. Tenga en cuenta que se expone usted mucho. Es irracional señor lo que usted hace, viniendo a la sesión de las cinco de la tarde, máxime teniendo usted más de sesenta y cinco años. Piense que cada tarde encontramos a un viejecito muerto. Al menos no se siente en las primeras filas, es allí donde suelen suceder las desgraciadas muertes.
El hombre escuchó todos los consejos, advertencias, sugerencias, recomendaciones y avisos, pero nada le hizo cambiar de idea. Estaba dispuesto a demostrar que ni celebrando la temible Semana Negra de Barcelona, le harían cambiar. El portero que le tomó la entrada le preguntó que llevaba en la bolsa que traía. Sabe usted que no se puede entrar comida, le dijo. No es comida muchacho lo que llevo. Y se lo mostró: agua bendita por si me ataca un vampiro, una pistola por si quieren atracarme, un cuchillo para defenderme, un spray par los ojos para los que quieran violarme, un frasco de vitriolo por si pretenden asesinarme. ¡Qué horror! ¡Se ha vuelto usted loco! No puede entrar con todo ese arsenal. Tendrá que dejarlo aquí, se lo guardaremos en el despacho. Él trató de negarse. Pero finalmente fue obligado a dejarlo.
Pensó que todo había cambiado, que sin la bolsa mejor sería no entrar. Miró al resto de la cola que lo observaba expectante y pensó que si no entraba lo tacharían de cobarde. Así que entró.
Se apagaron las luces y empezó la proyección, “El asesino anda suelto” de Budd Boetticher. Ese era precisamente el film de aquella tarde. Todo el mundo siguió la acción con interés. Nada pareció distraer la atención de los espectadores.
Cuando encendieron las luces, vieron al bravucón hombre que se jactaba de que era completamente imposible que hubieran muertes, que yacía con la boca abierta y un cuchillo clavado en el pecho. ¿Qué había ocurrido? Se escuchó a alguien comentar: “Todo esto es pura escenografía por lo de la BCNegra”. Pero el director de la sala no paraba de sudar, sabía que de un momento a otro le cerrarían el local. Otra muerte más. ¿Qué o quién provocaba esas muertes? Mientras, la taquillera muy nerviosa, llamaba a la policía.
Bien aquí tenéis un enigma por resolver, espero que os afanéis, de lo contrario seguirán habiendo más muertes. Espero recibir cuanto antes el resultado de vuestras investigaciones. Nolan.
Molt bé però no ens has deixat temps per respondre
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